Cuando Juan y Pedro C. eran pequeños inspiraban lástima a otros niños, porque sus padres los mantenían siempre ocupados: desbrozaban el jardín, hacían mandados y salían a tirar la basura. Al crecer, repartían periódicos o cortaban el césped.
A veces, otros padres sacudían la cabeza y señalaban que tanto trabajo y la falta de juego entorpecía a los niños.
Pero, cuando ambos fueron adultos, alcanzaron una mejor posición económica que sus compañeros de la infancia que habían sido menos industriosos. Ganaban más dinero y obtenían más satisfacción de su trabajo; lograron matrimonios mejor avenidos, y las relaciones con sus hijos eran más profundas; gozaban de una y mejor salud y vivieron más. Sobre todo, fueron más felices; mucho más felices.
Estos son los notables descubrimientos de un estudio que duró 40 años, iniciado en el decenio de los cincuenta por la Universidad de Harvard, el cual puede ayudarnos a criar hijos más felices. Emprendido como un esfuerzo para comprender la delincuencia juvenil, el estudio siguió la vida de 456 varones adolescentes del centro de la ciudad de Boston, muchos procedentes de hogares empobrecidos o deshechos.
Al compararlos cuando alcanzaron la edad madura, destacó un hecho: sin importar su inteligencia, los ingresos familiares, los antecedentes étnicos ni el grado de instrucción, los que habían trabajado de niños, aún en sencillas tareas domésticas, disfrutaban de una existencia más feliz y productiva que quienes no habían trabajado.
"No es difícil explicarlo", declara George Vaillant, psiquiatra de la Universidad Dartmouth, de Nanover, Nueva Hampshire, que realizó este descubrimiento cuando asistía a la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard. "Los niños que trabajaron en su hogar o comunidad adquirieron capacidad y llegaron a sentirse miembros valiosos de la sociedad.
Y como ellos estaban satisfechos consigo mismos, los demás se sentían a gusto con ellos".
El doctor John Obedzinski, del Centro para Familias y Niños de Corte Madera, California, concuerda en esto. Ha observado que hasta los pequeños de cinco años se benefician al realizar tareas domésticas menores. "Esto les hace sentir que están contribuyendo y que son importantes para la familia", opina Obedzinski.
Resulta más interesante, empero, el estudio de Vaillant, ya que fue uno de los primeros en observar detalladamente a un grupo de varones durante tan prolongado período. Las entrevistas se repitieron a los 25, 31 y 47 años de edad. Bajo la dirección de Vaillant, un grupo de investigadores, que no sabían anda de la vida de aquellos hombres, compararon las puntuaciones correspondientes a su salud mental con una puntuación asignada a su actividad en la niñez.
Se les adjudicaron puntos por empleos de medio tiempo, quehaceres domésticos, actividades o deportes extracurriculares, calificaciones escolares relacionadas con el cociente intelectual (una media del esfuerzo en la escuela) y por la capacidad para afrontar los problemas.
Fue asombrosamente notable la relación entre lo que los individuos habían hecho de niños y lo que eran de adultos. Los que calificaron más alto en la escala de actividades en la niñez tenían el doble de probabilidades de entablar relaciones cordiales con una gran variedad de personas, cinco veces más probabilidades de obtener buenos sueldos y 16 veces menos probabilidades de quedar significativamente desempleados.
Por el contrario, lo que habían trabajado menos en la niñez tuvieron muchas más probabilidades de haber sido arrestados, diez veces más de padecer trastornos psicológicos y tenían seis veces mayor propensión a las enfermedades.
Además, los investigadores descubrieron que el cociente intelectual, el grado de escolaridad y la posición económica y social de la familia no influyeron de manera decisiva en el desempeño como adultos.
El psicólogo H. Stephen Glenn declara que muchos padres, al "hacerlo todo" por sus hijos, pueden perjudicarlos. "Muchos niños comprenden la importancia de esta ética", explica Glenn.
Aquí le damos seis buenos consejos para que tenga en cuenta cuando les pida a sus hijos que realicen alguna tarea:
1. Comprenda los verdaderos objetivos. El propósito de los quehaceres no es simplemente lograr que se ejecuten las tareas onerosas; ni siquiera se trata de enseñar a los niños "a trabajar".
tener relucientes los platos o impecable la alcoba es menos importante que inculcarles responsabilidad, independencia, dignidad, confianza y aptitud, los fundamentos de la salud emocional. Además, cumplir con los quehaceres ayuda al niño a entender que la gente debe cooperar y trabajar para alcanzar metas comunes. Los adultos más capacitados son los que saben cómo se logra esto.
2. Empiece pronto. El impulso de "ayudar a mamá" surge casi cuando el niño aprende a caminar. Cualquier pequeño de dos años puede traer y llevar cosas, e inclusive separar la ropa para lavar (cosa que además le permitirá conocer las formas y los colores).
El de cuatro o cinco años es capaz de entender instrucciones sencillas y hacer pequeños mandados; también es posible esperar que guarde sus juguetes, recoja la ropa o retire sus platos de la mesa. El niño de siete años puede asumir ciertas responsabilidades familiares. Una buena comisión inicial es la de poner la mesa; pero cualquier tarea fácil que de resultados satisfactorias servirá igual.
Sin embargo, no se debe presionar al niño con tareas que rebasen sus habilidades. Un quehacer nuevo debe constituir un desafío, pero también es preciso que produzca en el pequeño un sentimiento de realización. Si el niño se desalienta, acaso no esté dispuesto a intentar algo otra vez.
3. Establezca normas realistas. Obviamente, un adulto puede hacer la mayoría de las tareas mejor que un niño. Resístase a la tentación de hacer las cosas usted mismo o de "retocarlas", porque esto afecta la sensación de capacidad y utilidad del pequeño.
La mejor manera de enseñarles a realizar una tarea consiste en la simple repetición. Muéstreles cómo se hace, realícelo con ellos y, luego, deje que lo hagan solos. Manténgase dispuesto a darles consejo, pero no se apresure a intervenir. Tampoco se interponga si desean hacer algo a su manera. Decirles, por ejemplo: "Yo siempre sacudo antes de usar la aspiradora", sólo les enseña que sus esfuerzos no son meritorios.
Esto no significa que se debe tolerar la torpeza. Si una tarea no se ejecuta de acuerdo con la capacidad del niño, incita en que la vuelva a hacer, ahora apropiadamente. Establezca un plazo razonable, pero sin reprenderlo. Si la mesa no está lista a la hora de comer, por ejemplo, hágale ver - con firmeza - que los demás están esperando.
4. No lo soborne. El mejor pago para cualquier tarea es una sonrisa, un abrazo o decirle "¡Gracias!" Otra buena forma de compensación es comentar con alguien que usted se enorgullece del niño, cuando él pueda oírle.
Al aprender los niños por sí mismos, el planear y completar una tarea ya es una recompensa en sí.
Los niños pueden recibir dinero, desde luego, pero no lo convierta en un pago. Pagarles por cumplir con un quehacer que de todas maneras deben realizar, no sólo huele a soborno, sino que también implica que dicho quehacer no tiene ningún valor en sí. El niño al que se le paga por tender la cama puede empezar a pensar que deben pagarle por recoger sus calcetines.
No obstante, es correcto pagar por un proyecto específico. Un especialista en desarrollo infantil deseaba que pintaran la cerca de su casa, y le pidió a su hija que fijara el precio. Ella calculó el número de horas que duraría su trabajo y ambos se pusieron de acuerdo en el pago.
Entre otras lecciones, comentó él, la niña aprendió el valor de sus esfuerzos, y además a realizar una negociación.
5. Fomente el trabajo "afuera". Desbrozar jardines, cuidar niños y repartir periódicos ayudará a los pequeños a que aprendan a trabajar de acuerdo con las normas de otras personas, y también les inculcará independencia y les ofrecerá más lecciones sobre la responsabilidad.
6. No exagere. El trabajo es valioso, pero esclavizarse no lo es. El exceso de obligaciones puede estorbar en la educación, en las actividades sociales o en otros aspectos del desarrollo infantil. El doctor Obedzinski cita el caso de una niña de 14 años cuyos padres trabajaban mientras ella se encargaba de los quehaceres domésticos y cuidaba de su hermano menor. "En apariencia, la chica parecía contenta", dice Obedzinski, "pero quien platicara un rato con ella advertía que tenía escasa autoestima y estaba muy deprimida".
El niño que soporta una carga pesada puede llegar a considerarse un "esclavo", en vez de creerse miembro de la familia.
Trabajar - a cualquier edad - es importante; pero no lo es todo. Como lo señala Vaillant, debemos tener el cuidado de mantener el trabajo dentro de una adecuada perspectiva humana.
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Hace 2 años
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